Por Ileana Manucci
Pretender conocer la realidad sólo a través de un medio de comunicación puede ser una experiencia peligrosa, siempre que no tengamos en claro que quienes producen esos contenidos son sujetos como nosotros, cargados de determinados sentidos e intenciones.
Los medios no son espejos que simplemente reflejan lo que sucede. Tzvetan Todorov, en la introducción a “Lo verosímil”, dice que “el relato, el discurso, deja de ser en la conciencia de los que hablan un sumiso reflejo de las cosas, para adquirir un valor independiente”, pero remarca que sigue siendo predominante en nuestras sociedades la concepción del lenguaje-sombra. Cuando por diferentes razones no podemos observar directamente un hecho, lo único que tenemos para conocerlo, es un relato, estratégicamente armado, que una persona o grupo de personas ha realizado.
Si no resulta tan claro desenmascarar todos estos mecanismos observando algunos programas o leyendo ciertos diarios, un ejemplo claro, que aunque es ficción tiene directa correspondencia con la realidad, es la película Wag the Dog (Mentiras que matan) del estadounidense Barry Levinson. El director ganador del Oscar por “Rain Main” (1988) y reconocido por películas como “Los hijos de la calle” y “Buenos días Vietnam”, realizó en 1997 lo que sería un filme premonitorio, de cierta forma, del caso Lewinsky-Clinton. En “Wag the Dog”, el presidente de Estados Unidos se encuentra envuelto en un escándalo sexual con una menor. Para evitar que la noticia opaque la campaña del mandatario, desde la Casa Blanca se contrata a un grupo de especialistas que inventan una guerra con Albania para desviar los ojos de los medios y de la sociedad del escándalo presidencial, un complejo pero efectivo operativo de prensa. De esta forma queda evidenciado el poder mediático: un hecho comprobado, el escándalo sexual, es opacado por uno ficticio, una guerra. En agosto de 1998, el mismo día que debía declarar Mónica Lewinsky, el gobierno estadounidense anunciaba los ataques militares contra bases en Sudán y Afganistán…cualquier similitud entre ficción y realidad ¿es pura coincidencia?
Estos relatos investidos de intencionalidad responden a diferentes intereses que los medios detentan. Pueden estar ligados al poder político, económico o a cierta clase social a través de la cual hablan, pero que nunca explicitan. Este mecanismo de ocultamiento de posiciones, de no decir a partir de dónde se paran para ver y hablar sobre lo que sucede, es lo que lleva a que el común de los espectadores vean estas construcciones como “la única realidad”. Sobre esto, la Licenciada en Filosofía y Profesora de Semiótica, Juliana Cattaneo dice que “lo real, el ‘estado de la naturaleza’ es dado en y por el lenguaje al mundo humano, por esto los medios no inventan la realidad, sino que la re-inventan, la re-significan, establecen con la realidad otra relación, con otros interpretantes y otra puesta de sentido”.
Cattaneo prefiere no hablar de “manipulación” de los medios, ya que si se acuerda con la concepción de la comunicación dialógica, el espectador o destinatario tiene un rol activo en esta comunicación, de allí se desprende que los sentidos son co-producidos, son sociales. Pero, a su vez, cuando los medios realizan este proceso de re-significación borran o encubren sentidos, esos “mecanismos o procedimientos de la cocina del sentido”.
El rol activo que como espectadores debemos tener ante un medio tiene que ver con una visión crítica sobre los mismos, con poder entender qué es lo que se está diciendo, quién lo está diciendo y desde qué lugar, porque más allá de que la producción de sentido es una acción social siempre hay sentidos/intereses intentando prevalecer sobre otros, algo que Foucault explicaba claramente al decir que “el discurso es aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.
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Fuente: http://palabrasconpoder.wordpress.com/
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